un temporal, ansilta grizas

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En una de las fotos de tapa de este libro vemos a un hombre de perfil, sentado a una mesa bien dispuesta, con mantel y arreglo floral. Nada extraordinario si no fuera porque esa mesa no está en una sala sino en medio de un bosque del que –sin embargo– lo separa una pared. ¿Una pared en medio de un bosque? Pues sí… Y entonces, ese hombre ahí, ¿es adentro o afuera que está?

Ese hombre a la intemperie sufre una enfermedad degenerativa y es el protagonista de esta novela. Ansilta, su hija, es quien nos lleva a ver, es la que intenta nombrar. Ella es quien trata de contar –mientras sus propios hijos crecen– el modo en que su padre, que aún no ha desaparecido físicamente, la ha dejado huérfana antes de tiempo.

“Pero acá estamos y el dique ya se rompió y el agua ya nos tapó y apagó el fuego prendido y se llevó las mesas redondas y las canciones y te dejó ahí, nos dejó aquí, dejándonos llevar por el agua con un hilo de voz y aguantando”, dice Ansilta cuando lo que se apaga es la memoria de su padre. Y por eso escribe: para conjurar recuerdos, como si temiese que en los olvidos de su padre pudiera desvanecerse ella también. Escribe y al hacerlo traspasa, nos conduce de manera conmovedora a través de esa experiencia que es el dolor. Escribe como si las palabras pudiesen contener el mundo. Y, acaso, a veces lo hagan.

Romina Paula

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