un mundo sin fondo, laureano della schiava

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Hace unos días me entere que dirigir una pelota con la yema de los dedos representa una diferencia sustancial respecto a hacerlo con la totalidad de la mano. Intuyo que acompañar un texto con la yema eximiría al hacedor de la torpeza de un trazo único, de un interminable conducto ciego. Esto seguramente convertiría al control de la dirección en un recurso expresivo permeable a la intrusión de la sorpresa y de cierta portátil iluminación. Una yema puede acercar el poema a la energía que brinda la exposición de la intimidad sin permitir que esta se derrame en exceso; mientras que las otras
habilitarían a la cultura en su aspecto nominal, desplegarían el artesanato de la construcción de una idea y explorarían las posibilidades del crataegus y de Mandelbrot, de los vecinos y los cementerios de dvd para en cada impulso ir entrelazando estas líneas en pos de una trama dúctil y compacta. De todos modos hay algo, que seguramente no proviene de las extremidades, que me parece digno de atención: me refiero a la manera en que cierta integración entre lo que se cuenta brinda una responsabilidad compartida en todos los habitantes del mundo que aquí se narra. Esto crea un núcleo esencial donde una serie de habilidades se trasforman en un hecho literario en el que un despliegue constante del orden nunca llega a ser
determinante; y así, en el impecable parquet de una cancha de básquet y la gota de sudor que eleva su brillo aparece un espacio que unifica estas formas disímiles: el poema. Estos poemas.

Darío Rojo

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