Umbría, Lucía Dorln

$16.000
Me persigue el agua
 
Papel es la materia de mis cosas. Objetos construidos de pliegues y palabras. Los guardo y mi casa los esconde, sabe bien quién gana y de la nada las válvulas se vuelven río, la lluvia horada los techos, los caños fluyen sobre las bibliotecas. El agua me sigue, se fue acercando a los muros que me amparan. Los libros rezuman líquido. Mis diarios, desiertos húmedos. El agua me persigue en cada gota, invade mi vivienda y se apropia de los objetos. Sin huellas de mí en las estanterías que arrasó la corriente, me busco afuera, en otro amparo.
 
H. es la mujer que ve. Transfiere sus visiones a las cartas que me envía. A veces la escucho hablar en varias lenguas. Me dice que si sigo llorando la casa tal vez se apiade y vuelva a protegerme. Tomo la caja y salgo. Sentada entre las piedras, realizo esa tarea: la acción de las lágrimas no tiene efecto sin embargo.
 
El bosque es mi hogar a la intemperie. Sustancia viva en todas partes, hasta en la caja en la que conservo los vestigios con los que haré mi vestido de origami.
 
 
PRÓLOGO, de Juan Fernando García
Si el epígrafe funciona como entrada a un mundo que desconocemos –todo libro lo es, claro–, la cita del inquieto Jules Supervielle que abre Umbría crea una atmósfera anticipatoria, que una vez atravesado el libro resignificamos y se torna indeleble. Traduzco, al trote silábico, Delicados habitantes de los bosques de nosotros mismos ¿o es aceptable de nuestros propios bosques?
Poeta, traductora, docente universitaria, Lucía Dorin trabaja en una zona maleable de la palabra escrita, y esta breve obra es una prueba fehaciente: tensiona, en una prosa de sintaxis simple, un universo que bien puede ser enunciado en verso, o construido a la manera de esas nouvelles –¡bendito ese hermoso género!– que se eximen de la trama clásica y en el transcurso de lo narrado poéticamente, evitan las aliteraciones alarmantes, las rimas juguetonas. Hablamos de escrituras que abrevan en un lirismo personal, irreductible. Irreductible, digamos, para quien apuesta a una ficción que cuente, porque lo que Umbría viene a decir lo dice cantando, y lo declara en la primera estancia El bosque es mi hogar a la intemperie, y puedo agregar con Juanele, la intemperie sin fin.
 
Bosque, agua, una caja. Esos tres elementos constituyen el devaneo simbólico de este texto mestizo que se completa con un postfacio que da cuenta del recorrido artesanal, de un proyecto forjado en el tiempo, revisitado y por fin dado para ser dado a luz, salir de las sombras. Entonces, como una memoria alucinada, el registro en prosa se vuelve tenso, y aparecen otras voces, un recorte en poemas que parecen ramas de ese rizoma entretejido a niñas, madres, ancianas que habitan lo umbroso, lo apenas atisbado. Porque el mundo es escrito y ese bosque es de aguas y de papel.
 
Para dar cuenta de esa urdimbre de símbolos –bosque, agua, caja–, Lucía escribe dos textos. Uno que esplende en su textura de lírica sombría; el otro, un ensayo sobre las lecturas que van a dar a aquel universo ficticio. En la tradición de los márgenes luminosos, aparecen figuras de extraña estirpe dialogando con este libro misterioso: Supervielle de esta costa oriental y la otra; la inefable Edith Södergran; Diana Bellessi, danzante de variada máscara; pero también se hermana con El ramito de Noemí Ulla, algo de Marguerite Duras. Y un eco en eco de ese título enorme de Úrsula Le Guin, El nombre del mundo es bosque.
 
Umbría de Lucía Dorin viene a traernos aire, música, rumores y brillos de esplendorosa belleza, entramados a sombras y aguas. Y entre las voces, una, que dice: Soy la que ve, justo en la hondura. Por ahí es la entrada, una mujer abre la puerta y ahí estamos, bordeando la orilla.
 
 
Lucía Dorin
 
Nació en 1975,  y se crió entre Francia y Argentina. Es docente universitaria (UBA, UNA y Lenguas Vivas), magister en ciencias del lenguaje y en escritura creativa, traductora de francés e instructora de yoga.
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