teresa filósofa, anónimo clandestino

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“Si alguna vez este manuscrito se publicase, ¡cuántos tontos alzarán sus voces contra la lascivia y contra los principios de moral y de metafísica que contiene! Responderé a esos tontos, a esas máquinas pesadamente organizadas, a esa especie de autómatas, acostumbrados a pensar con los pensamientos ajenos, que hacen una u otra cosa sólo porque se les indica que lo hagan, que todo lo que he escrito está basado en el razonamiento libre de todo prejuicio.

Lo repito una vez más a ustedes, censores atrabiliarios: no pensamos como queremos. El alma no posee voluntad, no está determinada sino por las sensaciones, por la materia. La razón nos ilumina, pero no nos determina en absoluto. El amor propio es el móvil de todas nuestras determinaciones. La felicidad depende de la conformación de los órganos, de la educación, de las sensaciones externas, y las leyes humanas son tales que el hombre sólo puede ser feliz observándolas, viviendo honestamente.”

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La historia de la impresión, la publicación y la autoría de Teresa filósofa o Memorias para servir a la historia del padre Dirrag y de la señorita Éradice, con la historia de la señora Bois-Laurier –novela anónima y clandestina, publicada en 1748, de venta muy exitosa en el siglo XVIII–, aún se encuentra en el plano de las conjeturas.

Principalmente se atribuyó a aquellos en cuyas obras pudieron reconocerse ciertas ideas filosóficas comunes. Es el caso de La Serre, que por su oficio de librero fue considerado uno de los autores, ya que había reeditado en 1745 el Examen de la religión, obra en la que la novela encuentra fundamento para sus ideas filosóficas. También se adjudicó a Denis Diderot, que en julio de 1749 estaba arrestado en el castillo de Vincennes, por varios de sus escritos, pero en la “orden de detención” no figura Teresa filósofa. Por otra parte, Sade se la adjudica a Jean-Baptiste de Boyer, marqués d’Argens, por su “obra encantadora” y emparentada con su literatura. Pero hay fundamentos más sólidos que dieron por cierto que Teresa había sido escrita por D’Argens, –a tal punto que varias ediciones de la novela se publicaron con su nombre–, sobre todo a causa de sus Memorias, publicadas en 1735, en las que da cuenta de un conocimiento preciso y de un interés crítico en los detalles del affaire Girard-Cadiére, –caso judicial escandaloso de abuso sexual de un padre jesuita contra su penitente–, que inspiró gran parte de esta novela.

 

En 1912, el historiador y crítico literario Gustave Lanson publicó en la Revue d’histoire littéraire de la France un largo artículo dividido en dos partes y titulado “Questions diverses sur la histoire de l’esprit philosophique en France avant 1750”. Allí se refería a cierto número de manuscritos hostiles a la ortodoxia cristiana archivados en bibliotecas francesas que se habían difundido de manera clandestina antes de llegar, algunos de ellos, a la imprenta en la segunda mitad del siglo XVIII y que, a su juicio, constituían un recurso imprescindible para comprender el origen de las Lumières. Sin saberlo, o al menos sin tener plena conciencia de ello, Lanson abría de esta manera un nuevo rumbo en la historia de las ideas modernas.

La historia de la difusión de este libro reviste una singular complejidad por su carácter a la vez secreto y profuso. Se trata del documento más importante de la cultura clandestina que forjó la ilustración radical de los siglos XVII y XVIII, escrito en un lenguaje extremo y concebido como un compendio de ideas antieclesiásticas y antiabsolutistas. Se trata de una composición anónima, no reticente y ya sustraida por completo a la cultura barroca de la disimulación, collage de transcripciones y glosas de sabiduría libertina en la que es inscripto del “espíritu” del spinozismo con el propósito de obtener una machine de guerre antirreligiosa de autor colectivo (Hobbes, Spinoza, Maquiavelo, Vanini, Tertuliano, Charron, Naudé, Campanella, Pomponazzi...) cuyos nombres, referencias y fuentes son sin embargo cuidadosamente omitidos.

Emilio Bernini

 

 

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