Subjetiva de nadie, Marcos Vieytes

$17.000
"Este es un libro apasionante, que se puede leer a los saltos o de un tirón, que borra con alegría las categorías convencionales de la práctica crítica. Su autor sigue una lógica intensamente personal, que empieza por reconocer que las películas son también su vida y que entonces lo analítico, lo autobiográfico y lo poético se pueden integrar en un todo desprejuiciado, que advierte relaciones insospechadas. El resultado no es el caos, sin embargo, porque además de ideas tiene un estilo, una prosa que proporciona la homogeneidad necesaria para que el libro se afirme ante todo sobre sí mismo. Es un libro que nos recuerda, como pocos, que la crítica puede ser ni más ni menos que un ejercicio de libertad." 
 
Fernando Martín Peña
 
 
Fragmento
 
Seis o cuatro buñuelos para desantonionizar el ambiente
 
1. Son entre las tres y las cuatro de la mañana. Doy vueltas en la cama sin poder dormir. Me pongo a pensar en la existencia. Cagamos. Ya sé que cuando me pongo a pensar en La Existencia, así con mayúsculas, como mucho soy un pobre ingenuo, un paparulo. Y sé de sobra que cuando me pongo a pensar en "el problema de la existencia", así entre comillas y con pretensión escolástica, soy como mínimo un pelmazo, por no decir un boludo. De una u otra manera ya casi no quedan esperanzas. Estoy prácticamente perdido a menos que me ponga a mirar de inmediato la primera película de Buñuel que encuentre a mano. Entonces sí. Santo remedio para melancólicos. Antídoto infalible contra la bilis negra, contra la viscosa infección sentimental, contra la pringosa pompa seudo existencialista. Después de eso, a dormir como un angelito. Y si me volviera a dar el ataque, pongo otra de Buñuel, no importa cuál que total hay bastantes, distintas y todas eficaces. O miro la misma varias veces, que siempre me parecerá diferente pero surtirá el mismo efecto esclarecedor. Con las de Buñuel pasa eso: descongestionan, limpian los pulmones, regularizan el tránsito lento, resuelven todo tipo de disfunción sexual. No por nada le decía a Unamuno, allá en sus años de estudiante, el viejo pedorro. El sentimiento trágico de la vida no iba con Buñuel, quien de muy joven decidió reírse de ello antes que angustiarse. Y en esa decisión está cifrada una de las claves sanadoras de su obra: la voluntad. Que no es la de Dios sino la propia, pero no excluye la dimensión religiosa. Que no es infalible ni todopoderosa, sino que se afirma sobre sus graciosas y hasta ridículas limitaciones. Que provoca el azar y se divierte con los contornos que traza. Que es, siempre, una moral del deseo.
 
2. Cada vez que pienso en La muerte en este jardín (La mort en ce jardin, 1956) me acuerdo de Cita en Honduras (Appointment in Honduras, 1953). La conocí gracias a Tarruella, que la menciona en uno de esos textos publicados en el diario Convicción a principios de los ochenta en los que recomendaba películas que pasaban por televisión. La de Tourneur, una clase B producida por la rko con Glenn Ford y Ann Sheridan, me aburrió mucho en su momento, o más bien debería decir que me desorientó, pues conservo de ella la sensación recurrente de girar en círculos como sus personajes perdidos en una selva de estudio, puro cartón piedra trucho con el que el director de Yo caminé con un zombi armó una puesta en escena laberíntica, segura responsable de este recuerdo cíclico que nunca me abandona. Los últimos dos tercios de la de Buñuel también transcurren en la jungla, ora exterior ora interior, ora real ora falsa o tan real que parece falsa las más de las veces, tanto que acaba siendo una locación indefinida, espacio abigarrado en el que se confunden el sueño y la vigilia, mientras un cura, una puta, un mercenario, un viejo que sólo quiere volver a su patria y su hija muda, deambulan formando un microcosmos cuya lectura alegórica nunca se impone del todo. Vaya a saber en qué punto espacio-temporal de ese universo sin centro ni bordes, continuamente verde, húmedo y febril filmado en estudios irrumpe un plano repentinamente granuloso, sucio, directo y documental de París por la noche que desconcierta por completo nuestros parámetros de referencia y nos abduce del verde infierno tropical al oasis de la civilización. La imagen se congela segundos después, mientras la cámara retrocede para mostrarnos la postal de la ciudad luz que un personaje sostiene entre sus dedos. Por un instante esa subjetiva fue un recuerdo sin que lo supiéramos y permitió que ese hombre, la película y nosotros escapáramos de la pesadilla de no saber dónde estamos ni cómo salir de allí. De la de saberlo y sentirse igualmente insatisfechos se ocupará más adelante en una París tan apetitosa a la distancia cuanto helada de cerca. Igualita que la Deneuve.
 
Fragmento
 
 
 
Autor
 
   
Marcos Vieytes (Buenos Aires, 1973). Colaboró en libros y revistas de crítica, y dirige la publicación Hacerse la crítica. Subjetiva de nadie es su primer libro publicado sin seudónimo.
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