quiero ser yo el que te diga que te vayas, hernán salcedo

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"Yo tenía proyectos”, dice la madre en un consultorio donde le van a hablar de cuidados paliativos. Su hijo la acompaña, la escucha, la mira. Tiene una madre joven. “No me quiero morir”, dice esa madre y acaso sea lo único que pueda decir. A veces el tiempo es la mayor injusticia. “Quiero ser yo el que te diga que te vayas”, de Hernán Salcedo, cuenta la historia en primera persona de un hijo que acompaña ese viaje breve y agotador que empieza al recibir el diagnóstico de su madre. Las escenas van y vienen en la memoria. La escritura permite amortiguar los efectos de un duelo que sospecho imposible. “Me voy a quedar acá, mamá”, repite el hijo mientras la madre marcha seguro hacia la muerte, en esa habitación de hospital, acostada en la que será su última cama. Es la noche más larga de la vida del hijo y es la noche que seguirá ocurriendo una y otra vez. Me pregunto cómo salir de ese cuarto de hospital. ¿Se puede salir alguna vez? Pienso en el coraje que hay que tener para estar ahí.
Las madres no pueden protegernos de las pérdidas para siempre porque al final las perdemos a ellas. Laurie Anderson dice que la última muerte, la definitiva, es cuando se deja de hablar de quien se fue. Escribir, hablar, nombrar a esa persona, es el intento de ganarle a la muerte. Fue también Anderson quien escribió sobre la Meditación Madre, un ejercicio budista que se usa cuando no se sabe qué sentir. El objetivo es encontrar en la memoria un momento en el que tu madre te amó sin reservas. Hay que enfocarse ahí para replicar ese amor para el resto de los días. En esa noche eterna, el narrador de Salcedo encuentra esos momentos. A veces mirar a la madre cuesta porque es mirar ese espejo que se puede llegar a ser.
Subrayé muchas escenas. Por ejemplo cuando el narrador es niño y su madre lo acompaña a una de las sesiones con Celia, adonde van, como explicó su madre, para que él se sienta mejor, para que no esté tan callado. Al salir de la reunión, como llama ese niño a la sesión, el narrador recuerda ver la sonrisa y los ojos brillantes de su mamá. “La sonrisa le salía más fácil cuando estábamos fuera de casa”, dice ahora.
La poesía es una historia familiar y es un territorio. Y cuando digo poesía digo la literatura toda. Al menos la que me gusta. Nos rodea ese territorio, nos ayuda a ver adentro y afuera. Una vez anoté en mi cuaderno que no existe la palabra muerte en la lengua mapuche. Cuando una persona muere, se dice "mapulugün". Mapulugün es volverse territorio. Aquí una madre muere y se convierte en territorio. Aquí una madre muere y se convierte en fortaleza.

Jimena Arnolfi

 

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