Principio de fuga, Francisco Cascallares

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¿Hay un orden? Y si lo hay: ¿dónde está el principio de todas las cosas?

Sabemos que el universo se ha dejado gobernar siempre por el coas, más allá de las supersticiones con que coquetea la Religión, la Filosofía o la Historia. Y entonces la sentencia de T.S. Eliot, aquello de que comienzo y fin son parte de un único movimiento, debería leerse más bien como una plegaria, una esperanza desmesurada; un intento, desde la literatura -ahí donde todo es posible-, de refugiarse en la intimidad para encontrar una lógica que nos aleje de la angustia, es decir de la consciencia demoledora del paso del tiempo.

El tiempo es, en Cascallares, el único tema. O más precisamente: la clave para entrar y salir de la realidad, para materializarla o diluirla. Nada termina de hacer pie, como si el espacio en el que transcurre este puñado de cuentos estuviesen a cada momento resignificándose; un relato dentro de otro, un sueño escapándose de otro sueño inicial. Como si sus protagonistas solo pudiesen hallar el signo de sus vidas, apropiarse de un nombre, cuando lo único que les queda es acostumbrarse a la muerte.

Sobre esa tensión trabaja la escritura de Cascallares; en esa tierra movediza intenta hacer pie. Que lo logre con esta contundencia, con un rigor poético infrecuente y casi inexplicable, es poco menos que un milagro.

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