oslo, martín caamaño

$34.800

Ya en su primera novela (Pálido reflejo) publicada en España y de secreta circulación en nuestro país, Martín Caamaño me impactó con el relato de la muerte de un hombre por un infarto mientras jugaba al fútbol. El tema es que el hombre era el padre del narrador de la novela y me llamó la atención la frialdad perfecta con la que era relatado el suceso. Quedé maravillado. En ese texto con ecos nabokovianos que remitían al título, uno tenía en sus manos un relato de iniciación de alguien que parecía haberse iniciado hace mucho. En Oslo la L –de manera Lamborghiniana– es la distorsión que parece iniciar todo el relato. La L que separa los nombres de un lugar anhelado y el nombre del protagonista de esta novela, Oso. Esa L, que es una anomalía y que se marca en el labio leporino de Anita, la mujer que parece motorizar los deseos y pesadillas del protagonista. Esta vez no es Nabokov, sino Alan Pauls el escritor que versiona Caamaño (hasta ahora pensé que Pauls no tenía descendientes en la literatura argentina) pero por supuesto, no lo hace tomándole la retórica sino la operación mental del escritor blonde: ahí es donde se ven los mejores, los que fagocitan a sus predecesores inventando una nueva lengua. Para Caamaño, las pasiones se disecan como si fueran un mapa mental, y mientras la novela avanza a un ritmo cardíaco notable, uno puede disfrutar de pequeñas islas de descripciones geniales: El caballo tiene menos suerte que él. En ese momento está empantanado en la agonía, en un vado de dolor tan intenso que sólo puede cesar con la muerte. No hay otra opción. Si él pudiera verlo con detenimiento, notaría el aire triste en sus ojos enormes y podría maravillarse con la calma estoica del animal, esperando su hora con elegancia y resignación. Todo en el caballo en ese momento adverso es una lección sobre la muerte, un aprendizaje de cómo se debe morir. Crack. Martín Caamaño es un personaje de Buenos Aires, un latin blogger, un traductor del portugués, un bon vivant alejado del paraguas agobiante de la política diaria. Él viene, como el Prufrock de T. S. Eliot, para tomarte la mano y llevarte a ver el atardecer sobre una mesa de disección.

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