OPIO. Diario de una desintoxicaci¢n (ed. bilinge), Jean Cocteau

«No esperen de mí que traicione. Naturalmente el opio es único y su euforia superior a la de la salud. Le debo mis horas perfectas. Es una lástima que en vez de perfeccionar la desintoxicación, la medicina no intente hacer del opio algo inofensivo.»

Pocos meses de internación le sirven a Jean Cocteau para hundirse profundamente en ideas y visiones para salir a flote con un abanico de verdades de una lucidez implacable. En ese proceso se da el tiempo suficiente para deslizar críticas a dramaturgos y escritores (Víctor Hugo, Raymond Russel, Proust, Mallarmé), analizar la obra de grandes directores de cine (Eisenstein, Buñuel, Chaplin, Buster Keaton), revivir escenas de infancia y golpear duramente al estáblishment político-clínico imperante en la Europa temprana del siglo XX: «No soy un desintoxicado orgulloso de su esfuerzo. Me avergüenza ser perseguido por esta gente para la cual la salud se asemeja a las películas innobles donde los ministros inauguran estatuas.»

El opio se vuelve un filtro adquirido que lo tamiza todo al observar el mundo. Y es también quien guía a Cocteau mientras vive, sufre, dibuja, deshilvana el lenguaje y desmantela el pensamiento: «Escribir para mí es dibujar, tejer las líneas de tal suerte que ellas se hagan escritura, o destejerlas de tal suerte que la escritura se vuelva dibujo. No salgo de ahí. Escribo, intento limitar exactamente el perfil de una idea, de un acto. En suma, acorralo fantasmas, encuentro los contornos del vacío, dibujo.»

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