Mi vida en los noventa Lyn Hejinian
Este es un riesgo de la felicidad
Esto está pasando. Este es un homenaje a Flaubert. Había una vez una princesa que se había convertido en un salmón y después se desconvirtió. Las palabras nada niegan — pero esta proposición es falsa, ya que si las palabras nada niegan (es decir, no niegan), no pueden negar nada (es decir, negar). Una palabra para resguardar continentes de frutas y órganos. Es una escritura de razones. Es una política, un azar. Si recibiéramos nuestro destino al nacer, entonces la pregunta que uno tendría que hacerle a una niña es cómo se va a portar mientras espera su destino.
Lyn Hejinian publicó Mi vida en 1978. Tenía treinta y siete años y decidió armar un libro en prosa con treinta y siete poemas de treinta y siete oraciones cada uno. Cuando cumplió cuarenta y cinco lo reeditó ampliado en ocho poemas y ocho oraciones por poema bajo los mismos supuestos. El proyecto completo de Mi vida cuestiona las convenciones tanto de la poesía como de la biografía esquivando la linealidad cronológica y el lenguaje sencillo y directo de la narración que asociamos, sin pensarlo, al tono confesional. Hejinian propone que a lo personal y cotidiano le urgen nuevas formas de expresión, más flexibles y porosas, y para ello retrata la memoria misma como una identidad en proceso y el proceso al fin está aquí, ante nuestros ojos: una identidad que se forma por una serie de combinatorias y repeticiones de anécdotas, opiniones, observaciones inconexas, conclusiones verdaderas y falsas, máximas, citas, imágenes e inquietudes lingüísticas. Somos lo que hemos recordado que somos y de la manera en que nos lo contaron y lo contamos. “El yo que se ‘expresa’, existe sólo en y en tanto que escritura”, dice Hejinian, y es Mi vida la que construye a la autora o a cualquier otro que mezcle como autobiografía lo que sabe o cree saber con lo que ha escuchado o vivido “no por narcicismo sino con la esperanza de que resulten un registro, indicador no solo de nuestra psiquis sino también del estado del mundo”. La estadounidense sigue así el sueño de Walt Whitman de que la propia existencia sea una única obra en formación. “En este sentido”, Hejinian añade que Mi vida “representa (o quiere representar) una faceta de práctica vanguardista como la entiendo: analítica, resistente, deliberadamente tensa, llena de conciencia histórica dedicada a ofrecer nuevas formas de pensamiento (y, espero, nuevas cosas en las cuales pensar)”.
Mi vida en los noventa es y no es la continuación de Mi vida, pese a que en inglés se los reedita juntos. Traducido por primera vez al castellano en esta necesaria edición bilingüe, presenta diez poemas contundentes, uno por cada año de la década anunciada en el título, cuyos efectos en el tejido social, la economía y el medioambiente dimensionamos recién ahora. Cada poema tiene sesenta oraciones representativas de los años de vida de la autora al momento de terminarlo, pero a pesar de esta similitud y de muchas otras con aquella obra seminal, Mi vida en los noventa es un libro que opera de forma independiente. Desde el primer texto emerge una diferencia clave con su predecesor, dada por el carácter etario del proyecto: aquí las frases se sumergen en la experiencia y la sabiduría acumulada. Esta Hejinian más descriptiva no busca enseñar, pero a los sesenta años enseña; da consejos para el futuro que llegó y el que aún no llega y, con el solo uso del tiempo pasado, produce una especie de nostalgia. Conmueve la manera en que se aferra a la calidez de la costumbre para sus indagaciones formales y políticas sin distraerse en altisonancias ni desatar sus emociones, exponiéndolas como si fueran datos tan estables como los de la ciencia a la cual recurre. El resultado es hipnótico, porque el libro no avanza ni merodea una trama, sino que, a partir del mecanismo simple en apariencia e igualmente original de no continuar en la mayoría de las frases lo que venía contando en la previa, dispara chispazos en cualquier dirección, comentando lo que pasa en el mundo y en el mismo libro mientras nos recuerda cuan consciente está ella misma de cada efecto al repetirnos que “la analogía obvia es con la música” o, más irónica, lo consciente que está también de nosotros, “los que amamos sorprendernos” y por eso leemos libros como este. Ambas citas de Mi vida en los noventa ya estaban en la entrega de 1978, en la cual profundizaba acerca de sus propios anacolutos anticipando una relación con sus demás publicaciones: “Las cosas que yo estaba diciendo siguieron lógicamente a las cosas que había dicho antes, aunque no tenían relación con lo que estaba pensando y sintiendo”. Es el caso de otros libros en verso y en primera persona como el narrativo y argumentativo The Fatalist, quizás aun más filosófico en su acercamiento a las dudas existenciales, de sus ensayos críticos reunidos en The Language of Inquiry o de varios de los proyectos en los que ha actuado como editora.
La primera persona de Mi vida en los noventa, en tanto, mareada entre las crecientes exigencias de la contemporaneidad, igualmente responde a la pregunta que solemos recibir los escritores acerca de si eso que contamos de verdad sucedió. Hejinian cuestiona la pretensión misma de veracidad en poemas más largos que antes y pretendidamente menos misteriosos. “Una frase desvinculada — coincide sólo consigo misma, sin generar excedente, sin fundamentos para significar algo” dice en otro de los poemas, aunque es inevitable nuestro intento por dar con esos significados más allá de la hoja. La realidad también exige nuevas formas que dialoguen mejor con el caos que buscamos ordenar, “Necesitamos al lenguaje para ayudar a los sentidos” se llama uno de los poemas traducidos aquí, y estas formas no rechazan de antemano el lirismo. Quien busque poesía en Mi vida en los noventa la encontrará. Lo que sí rechaza Hejinian es la autoridad del poeta sobre el lector y, por analogía, la autoridad injustificada de algunos que se impone en toda jerarquía social. Por vía de mostrarlas en estos poemas denuncia las sutilezas del abuso de poder, sea lingüístico o de la imposición de una cultura de evitarnos los problemas y con ellos los cambios sociales necesarios. A la vez, exhibe la importancia casi nula del poder formal en nuestras respectivas vidas reiterando la pregunta sobre quién era el presidente a la fecha de tal o cual revisión familiar o literaria. Se suceden reflexiones sobre la economía, el fetiche del tiempo, la calidad de vida y la conformidad, sobre la educación como privilegio y la violencia. “Siempre estoy cambiando de escala”, admite. Cada poema ofrece así un relato breve, una anécdota que se desmembra en relación al conocimiento de los demás, uno limitado casi siempre en comparación al conocimiento del mundo interior. “El entomólogo, como dice él mismo, puede decirte todo lo que sepa sobre hormigas pero nada sobre lo que las hormigas saben de sí mismas” y este libro lleva ventajas en el pulso por hablar sobre el sujeto desde el propio sujeto cambiante.
Entonces “insistimos con el movimiento”, conocemos a las personas por lo que hacen, pero también por lo que les pasa y, en el último poema de este libro, por las cosas que las hacen cambiar, desestabilizando con Hejinian nuestra manera de entendernos en el mundo. Uso la primera persona plural a propósito, porque eso genera Mi vida en los noventa, sentir que somos nosotros quienes observamos críticamente la naturaleza cuando ella lo hace. Nos convence de que “Uno debe sostener el valor del mundo real — debe ser valorado — cuando se devalúa deja de exigir reconocimiento”. Hay un gesto atractivo hacia la retaguardia en esto, pues no sería el lenguaje el creador de la realidad, ni siquiera el que la altera necesariamente, sino una cosa, decíamos, “para ayudar a los sentidos” a revalorizar los detalles contradictorios de estar viviendo. Más que negar categorías, Hejinian las mezcla. Dota de subjetividad a la vanguardia, de lenguaje al lirismo, de imagen al pensamiento. Mi vida en los noventa acumula sus materiales, cada poema parece contener al anterior en un presente continuo y cada vez más inquietante. Hacia el final recuperamos la familiaridad ajena a este proyecto en cómo enumeramos el estado de nuestros seres cercanos y no necesariamente queridos cuando nos preguntan por ellos. Todos estas virtudes artísticas no son gratuitas y la lógica infranqueable de este libro dista de ser liviana. La mejor lectura que uno podría darle sería dejarlo en un rincón visible y abrirlo de a un poema semanal, rumiándolo. Hacer de cada oración un poema aparte. No se trata de entender sino de dejarnos llevar en la escucha, porque “aunque no puedas entender mi amor por vos, no es inútil que te lo diga”.
Enrique Winter,
Colonia, julio de 2019.
Lyn Hejinian
Hejinian es una poeta, ensayista y traductora, nacida en San Francisco, en 1941. Fue una de las figuras fundamentales del movimiento Language de los años 70 de gran influencia en la poesía experimental y de vanguardia norteamericana. Es autora de más de una docena de libros de poesía, entre los que se destacan Mi vida y Mi vida en los noventa (Wesleyan University Press, 2013), El libro de los mil ojos (Omnidawn, 2012), El fatalista (Omnidawn, 2003), y varios ensayos como el emblemático, The Language of Inquiry (University of California Press, 2000).