LO REAL, CELESTE DIEGUEZ

El cubículo de aire que nos alimenta, nos encierra.

A mi madre le causa gracia la repetición, la desgracia, los accidentes uno atrás del otro; a mí me causa gracia el segundo plano, lo que sucede por detrás de lo principal, los muñecos.

Mirlos, halcones, águilas –alguien decía que sería pájaro– cartílagos alineados planeando sobre los sembradíos; yo solo puedo hacer lo que siempre hace mi familia: huir, atragantarse y acumular salpicaduras de fango en el ruedo deshabillado de enaguas rasadas. Desgracias de mujer que insatisfecha busca y no puede elevarse.

No podrás caminar fuera de tus pasos, fuera del pasto.

Hay en una habitación, en una sala, tal vez una chimenea romántica, leños y mantis de fuego, tal vez renacentista o decadente, digo un estar en un cuarto de juegos; una casa aparece si encendemos uno de esos veladores que giran con imágenes de luz, veríamos en la pared figuritas del mundo que aún no hemos visitado.

 

 

 

9
 

Cuando viva al fin mi vida

esa vida que

por distintas causas

no he comenzado a vivir aún

Qué haré?

Una existencia activa de milagros concretos

tendré una profesión rentable

debo ganar buen dinero

me casaré joven

antes de los treinta

con un gran chico

clase media como yo

de valores sólidos y sexo pasable

los domingos serán con su familia o la mía

y luego llegarán uno tras otro los niños

me iré poniendo gruesa

trabajaré lo justo para jubilarme bien

y una vez por año

en la segunda quincena de enero

nos iremos a alguna playa ruidosa y concurrida

me haré amiga de mis vecinas de carpa

señoras como yo

a las que veré año tras año

hablaremos incansables de nuestros hijos

de lo que comeremos al almuerzo o por la noche

envidiaremos los cuerpos de las paseantes

volveremos a la casa alquilada

los chicos se prepararán para salir

escondiendo las drogas de nuestra miopía

cenaremos en silencio

tomando mucho vino

blanco tomaré en esa vida

y el tedio se escurrirá en la sobremesa

como un sirviente huidizo;

nos iremos a la cama

dos cucharas que ya

no revuelven nada.

 

Un día me despertaré

con 65 años y várices

la cara salpicada

por el exceso de sol sin protección

mi marido tendrá un pre infarto o dos

por la malasangre y los cigarrillos

todavía me quedarán años para leer y viajar

jugar a la canasta, hacer un curso

abogar por alguna causa

jugar con mis perros, cenar con amigos

o ir a molestar

a lo de mi nuera.

 

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