La vida es un bar, Enrique Symns

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Lo que seduce es, antes que nada, la cualidad emocional de casi todo lo que escribe, en particular el romanticismo desmelenado que se cuela por sus análisis de la alienación –por no decir la estupidez– inherente al individuo masificado, institucionalizado, consumista y satisfecho. Pequeños y rabiosos, esos artículos apoyan su (dolorosa) lucidez sobre una retórica vertiginosa y un lirismo que, cuando no desbarranca en su propia parodia (y casi nunca lo hace), deviene indefectiblemente en una poética del desasosiego. Aún hoy, Symns mantiene viva la llama del disidente y cualquier pretexto le resulta válido para activarla.

Álvaro Buela

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