La pequeña batalla de los días, Piedad Bonnet

Los hombres tristes no bailan en pareja

Los hombres tristes ahuyentan a los pájaros.

Hasta sus frentes pensativas bajan

las nubes

y se rompen en fina lluvia opaca.

Las flores agonizan

en los jardines de los hombres tristes.

Sus precipicios tientan a la muerte.

En cambio,

las mujeres que en una mujer hay

nacen a un tiempo todas

ante los ojos tristes de los tristes.

La mujer—cántaro abre otra vez su vientre

y le ofrece su leche redentora.

La mujer—niña besa fervorosa

sus manos paternales de viudo desolado.

La de andar silencioso por la casa

lustra sus horas negras y remienda

los agujeros todos de su pecho.

Otra hay que al triste presta sus dos manos

como si fueran alas.

Pero los hombres tristes son sordos a sus músicas.

No hay pues mujer más sola,

más tristemente sola,

que la que quiere amar a un hombre triste.

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