La hija del Delta, Alejandra Bruno

Anverso de la utopía, esta novela es una quimera que se labra al revés, o sea una distopía. La escritura de Alejandra Bruno siempre me pareció tan misteriosa, transparente y misteriosa al mismo tiempo aunque nunca supe por qué hasta llegar aquí, al monte, donde lo tan conocido se vuelve extraño como si nunca lo hubiéramos rozado. Una novela distópica y una familia que no es tal. Todo sucede en las islas del delta del Paraná, con olor a aquí cerca y remotamente al mismo tiempo, como si hubiera pasado ayer o fuera a pasar mañana fría y tiernamente a la vez.

Una distopía protagonizada por esta caperuza roja adolescente que lleva un poncho de ese color, donde los lobos son los humanos mismos, lo único que queda para comer en la tierra yerma una vez que se acaban las latas. Pero esta vez se lleva a cabo con sal en grandes fuentones y se dice de ellos que son pumas y no venados, dulce piel humana que viene a atacar al hermano. Un perro es algo tan extraño ahí como lo es un niño, como lo es una madre que muere dos, dos veces.

¿Y qué es un abuelo contando historias al final del relato? ¿Una generación basta para trastocar el mundo? Sí, ese olvido basta para el Olvido todo parece repetirnos. Pero también será así cuando llegue la primera semilla, el primer brote o el primer gorjeo hondo de la respiración que marca el deseo. Lo primero será primero y para siempre en la ronda que nos da la bienve nida junto al fuego. ¿Nos entrega claves o llaves Alejandra Bruno? Llaves sin dudas, para puertas invisibles. Hacelas girar, hacelas girar...

Diana Bellessi

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