La enana blanca, Daniel Guebel

De pronto y sin aviso una estrella irrumpe en los cielos con tanto arrojo que es posible observarla incluso a hora del mediodía. ¿Qué otra cosa puede ser ese fulgor sino la muerte que brilla y se derrama desde el cielo? Entonces, un poema de amor erótico que debe ser leído como la noticia del fin del mundo es interpretado como una contraseña: el astrónomo que estudia el prodigio ha conspirado para derrocar al emperador. Y para mantener el orden del mundo o el orden del imperio, que suele ser una y la misma cosa, hay vidas que inevitablemente deben ser sesgadas. Sin embargo es más fácil destruir a los diez mil seres del Tao que a una pareja de amantes que volverá a encontrarse una y otra vez antes de la explosión inicial. Hay mundos que exceden la ciencia, la magia y la sutil forma de los tomentos porque ellos son el latido profundo que todo lo engendra.

 

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