La ausencia, Santiago Porter

Santiago Porter, treinta y siete años, descendiente de judíos ucranianos, tenía en la biblioteca de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) varias pistas para armar su mapa familiar. Pero no llegó a verlas. A las nueve y cincuenta y tres de la mañana del 18 de julio de 1994 estalló la bomba en la calle Pasteur al 600.
Y con las pistas perdidas –todas las pistas perdidas– Porter decidió armar un mapa más difícil: el de la nada. El que quedó detrás de las ochenta y cinco muertes que se llevó el atentado. Para ello, propuso a los familiares de las víctimas que se fotografiaran junto a un objeto que hablara de la persona perdida.
Porter consigue un registro silencioso, asceta, que habla del atentado con una quietud y un respeto que sólo pueden entenderse como contracara de la furia. No queda claro, en ese único plano en que transcurren el familiar y el objeto, dónde está lo vivo y dónde lo muerto. En cuál de las dos partes quedó el alma. Y esa pregunta le da al libro un valor poético arrollador.

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