irse yendo, leonor courtoisie

Dicen que los gomeros son de la misma familia que las higueras y dicen que las higueras son puertas al infierno. La protagonista de Irse yendo tiene que cortar el árbol que ha mirado —desde el fondo de la casa de su abuela muerta— a varias generaciones de una familia tan excéntrica como cualquiera.

 

También Macbeth trae mala suerte, se lleva a los hijos, conjura la tragedia. Bajo el doble signo del infortunio, esta novela es la historia de un despojo. Con una reina de campera roja y buzo estirado que está a punto de perder su palacio en un barrio Sur que se gentrifica. Con gente cambiando de lugar los cuerpos. Los cuerpos masculinos de ausencia o violencia. Los cuerpos en escena. Una obra de teatro que se construye sobre los restos de otra que se abandona, que se maldice.

 

La prosa de Courtoisie se arroja sin miramientos, pero es de alguna manera un vómito puntilloso, nada librado al azar o al impulso. Una primera novela topadora, que no deja en pie ninguna construcción, ni de las tradicionales ni de las contemporáneas.

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