husos del olvido, antonio moro

$6.500

Antonio Moro retorna a la simiente porque “lo dado trae la paciencia de su huso”. Y le es preciso efectuarlo en el poema Ñ, justo en esa castellana letra, incansable a la hora de sobrevivir. No es vanagloria de la lengua la que se encarga de tejer. Sólo le es necesario ovillar a la manera artesanal en que se respira un ritmo impar. La partida es mostrada: al lector se le ofrece alimentar el diseño, el signo de los dioses.

¿Por qué lo hace el poeta? Simple detalle. Porque una página es un río, pero todos sabemos que no hay río sin desborde en los márgenes. Ahí se escriben/inscriben los sueños, el desliz, un atrevimiento, aquello y esto que nos singulariza hasta la muerte.

¿Hay un narrador del poema? Me atrevo a decir que sí. Entonces, cuando el narrador en esta poesía hace uso de la tercera persona se metamorfosea en huso. Coherencia. Primer gran acierto. La poesía que desgrana, por detrás de la música y el alivio tenso, narra. “Sin apropiarse de un sino”, narra.

No hay vanidad en lo que enuncia quien narra el poema, ya que se ubica a justa distancia del aedo y no se disfraza de poeta. Acá el narrador es, sin buscarlo y por sortilegio del lector, poema.

¡Sí! Esta poesía no es enigma, y eso alivia, sino misterio, y eso corre como un arroyo, como el polvo en la vida. Para leer una y otra vez, una y otra vez, y una vez más… y otra más.

Raúl Vidal (del epílogo Inxordio)

Compartir: