frenesí, josé maría brindisi

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"Nunca nada era como lo imaginábamos", se dice al principio de Frenesí, de José María Brindisi. Y es cierto, la imaginación es el primer realismo. Pero los personajes de Frenesí adolescen no solo de juventud sino de cierta irrealidad, y encima les toca el fin de siècle del siglo veinte, esos años en que los sociólogos sólo se animaron a bautizar con una X a toda una generación.
Estar en un living con una televisión por horas y horas o viajar por el mundo es lo mismo, drogarse o no, traicionarse o no, también; ser joven es menos una promesa en un puente de Praga o el hallazgo de una mercería en Venecia, que una gran pérdida de tiempo, una estafa por la que inevitablemente hay que pasar. En 1956, Allen Ginsberg publica Howl (Aullido) donde reza, como se sabe, aquello de "He visto las mejores cabezas de mi generación destruidas por la locura, famélicas de..." Exactamente medio siglo después, en la otra punta de América, Brindisi publicaba esta novela breve y hacía su propio ajuste de cuentas y réquiem generacional. Los jóvenes de Frenesí tal vez no eran tan distintos de los beatniks, la canción era misma, pero la Historia era otra.
Como a Bioy, a Brindisi le atraen los juegos de espejos, los dobles, los mind games, las realidades border, siempre un poco paranoides; como a su admirado Rubem Fonseca, también le atraen los accidentes, las desgracias, los crímenes violentos e impunes (de la realidad y de la cabeza), es decir, súbitas formas de torcer el guión de la época, mediocre, inercial, abúlica. Por eso Frenesí es sobre todo un notable ejercicio de imaginación, un script endiablado, escrito por una prosa que imita a la navaja perfecta, que puede decapitar o desangrar como si solo fuera una caricia.

"¿Robert Walser o Jack Kerouac? José María Brindisi inscribe esos dos nombres en las páginas de Frenesí, a manera de disyuntiva (inexorable disyuntiva) entre dos formas de
andar, de viajar, de desplazarse."

Del Prólogo de Martín Kohan

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