escribir cartas como quien canta, diego vigna

Como un detective excelso o un espía de élite, Diego Vigna logra hacerse con parte del archivo personal de Daniel Moyano —que exhuma de viejos disquetes, incluso de las huellas borradas de un obsoleto procesador de textos— y allí encuentra verdaderas maravillas: el guion de un relato, la reescritura de algunas páginas de una de sus novelas y trescientas cartas sin destinatario, cartas para sí mismo, que se convierten en una suerte de diario personal que contiene y, a la vez, muestra el lado más íntimo y profundo del autor de El trino del Diablo: la soledad del escritor en carne viva, de alguien que no cesa de escribir precisamente para rehuir de la escritura literaria, siempre exigente.

 

Escribir cartas como quien canta revela la voz desnuda de Moyano, la más auténtica; en realidad, la de siempre, la que hizo de su manera de contar todo un estilo de sobriedad y armonía poética. “Procuro que mis palabras”, solía decir, “se sostengan en verdades auditivas o sonoras, iguales a las que soporta la música”. En efecto, su inmensa obra puede oírse y leerse como una partitura o notación vital sobre un pentagrama. Por eso, no resulta caprichoso que se sintiera habitando un ámbito donde está “todo eso que denominan literatura” y que él llamaba “hacer un tratamiento con las palabras para entrar en la vida”. Este hermoso libro —compuesto por sueños, poemas, historias de aquí y de allá, de retazos de cotidianeidad, de acontecimientos sociales y políticos, lleno de humor, de anécdotas y reflexiones— se erige como un viaje fascinante por los intersticios de sus efusiones, por las vísceras de sus conocimientos e intuiciones, por la lógica de su pensamiento, por el vértigo de sus días.

Reina Roffé

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