episodios de cacería, jimena néspolo

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El personaje por el que se había hecho conocido en pornopolitks era el de una cinta en que aparecia disfrazado de una vieja condesa con mucho glamour rodeada de teenagers y tecné, a quienes martirizaba en un castillo sombrío y lúgubre, estilo antiguo Imperio Austro-Hungaro. Tinajas llenas de sangre de jóvenes a las que había desahuciado, potros de tortura, cilicios ardientes, grilletes, látigos, todo lo que se te pueda ocurrir lo penía a funcionar en su mazmorra para al final, o al principio, o en algún momento de la tortura empelotarse y mostrar que en vez de una vieja chota era un petiso cabezón y diabólico, que se cogía a todas y cada una de sus supliciadas. Muy graciaso, me decia Apolus. Y se deliraba contándome más detalles de las torturas y de las garchadas de la cinta protagonizada por lvanich, y que según aseguraba era posible que hubiera filmado en el edificio de la productora donde había estado yo. En ese contexto, el film que le mostraba ahora, cuyo título rimbambante era La quinta pata del ciervo, sin duda ingresaba más de una novedad. Ahora Orco andaba casi toda la cinta en bolas, mostrando su enorme verga y una cabeza de alce delicadamente elaborada, en el escenario naif de un bosque de cuentos de hadas donde las ninfas posaban desnudas como caí|das del paraiso.

Si bien un incesante cruce de referencias entre la particular modulación de las teorías feministas y de género con los mitos clásicos, la literatura gótico-fantástica y la pornografia organiza estos Episodios de cacería, es la sátira (despiadada) la que regula y da respiración al relato hasta convertirlo en una jocosa máquina paródica, de esas que raras veces se ven y que siempre deslumbran.

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