Encender la hoguera, Jack London

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El protagonista de Encender una hoquera (Rey Lear, 2011) es un hombre sin nombre, no sabemos casi nada de su historia, puede ser cualquiera, la intención del autor es trascender la individualidad de ese ser aislado y lo consigue. El hombre parte hacia un campamento junto a un perro desafiando al frío polar. En el trayecto, el exceso de confianza y la falta de capacidad del hombre para leer la naturaleza les causan serias dificultades. El texto es difícil de encasillar en alguna de las dos corrientes literarias americanas de la época: los místicos y los pragmáticos. Para los primeros la naturaleza es acogedora, el trato con los vecinos, pacífico, la poesía luminosa, los personajes están imbuidos de paz, el hombre moderno con sus dudas e incoherencias no ha aparecido todavía y sus textos lo reflejan. Los segundos abandonan la utopía americana, se interesan por la soledad frente a la muerte y los paisajes desolados; como en el primer párrafo de Moby Dick donde aparecen el desconcierto, las dudas y el suicidio como opción natural; o como los personajes de Poe que se manejan al límite del delirio, modernos en el sentido de que hacen cosas y no saben por qué. En el relato de London, la naturaleza es despiadada y todo acaba mal por la falta de humildad del hombre. La prosa plagada de datos numéricos al describir los fenómenos físicos y psicológicos de la congelación, la insistencia machacona en la temperatura se parece más a los pragmáticos. Sin embargo cuando el hombre es descrito “como poco dado al pensamiento”, parece que estamos ante el buen salvaje, muy observador pero que no piensa. Cuando el hombre mira al perro “casualmente” para destriparlo volvemos al pragmatismo, que no abandona hasta el final del relato. Este relato se sitúa entre Melville y Thoreau o entre Whitman y Poe pero a diferencia de todos ellos Jack London es un nativo de la costa oeste americana, muy cerca del final del mundo y de una naturaleza virgen y hostil.

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