Elogio del gato, Stepahnie Hochet

“Adoro la manera que tienen los gatos de estar mitad dentro, mitad fuera, a la vez salvajes y domésticos, porque yo misma soy una salvaje domesticada. O, más bien, estoy domesticada mientras la puerta esté abierta”.
Jeanette Winterson, ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?
 
Esta y otras muchas serán las citas que encontrarás en este libro de Hochet. Referencias cruzadas, frases que lo definen a la perfección: la vida del felino contada a través de la voz del arte, de otros, como pueden ser Colette, Balzac, Poe, Burroughs, Maupassant, Eliot, Tenesse Williams, Amélie Nothomb… El arte marcial del gato, sus cualidades divinas -protegidas en el antiguo Egipto-, su elasticidad, su porte elegante y severo, su manera de decirnos -a bocados o arañazos- que ya está bien, que no es un perro. Ellos mandan, lo han hecho desde que conquistaron su lugar en el mundo del reino doméstico, nos recuerdan que los límites son, en su caso, un hecho, que pueden establecerse. Cuando dicen no es NO. Por eso mismo entre otras cosas, quizás, despiertan regueros de odio -aquí los perrunos acérrimos echarán pestes de todo lo que digamos; os queremos, igualmente-. Algo que nos llama la atención es el recorrido que hace la autora por tres siglos de inquina. Perseguidos e incluso ¡juzgados!… Sí, en la Edad Media existían tribunales para animales, y ellos eran una de sus ‘guests stars’ durante la caza de brujas. Curioso el destino, karma casi instantáneo: con la proliferación subsiguiente de ratas la peste negra provocó 25 millones de muertes en Europa -se transmitía a las personas por las pulgas infectadas-. ¿Qué tenían en común gatos y brujas? Un comportamiento asocial, una vida sexual desenfrenada, marginación y poder a través del conocimiento… Esta animadversión, apunta Stéphanie Hochet, se entiende desde una perspectiva patriarcal, se asemeja al gato con cualidades femeninas, provocan el miedo y el deseo de los machoalfas, la misoginia que muchas, por no decir todas, hemos sufrido en un momento u otro de nuestras vidas, todavía: “La historia de las sociedades rebosa de ejemplos que ilustran la necesidad masculina de controlar una sexualidad que parece superarlos”. Lo cortés no quita lo valiente, la literatura masculina se rinde ante él, compañero de fatigas y escrituras este ser eléctrico: “Cuando mis dedos acarician con calma / Tu cabeza y tu elástica espalda / Y mi mano se embriaga de placer / De tocar tu cuerpo eléctrico, / Veo en espíritu a mi mujer” (De ‘El gato’, Las flores del mal, Baudelaire). A pesar de la caza, el acoso, lo que ya sabemos: siete vidas para que sigamos viéndolos, ahora mismo, espachurrados por la casa. Uno de los míos, el ‘malo’- Luisa-el gris ha decidido que la fregona en estos momentos tórridos es el mejor y más fresco cojín.
 
Misterioso, flexible,
con siete oportunidades para
 
sobrevivirme.
 
Explorador nocturno, condenado al fuego
eterno junto a putas, brujas sabias,
 
el juego ruge en mí;
desde Tánatos a Eros:
cualquier pulsión humana.
Salvaje, sigiloso, tú NO.
Siempre caigo
 
de pie.
Por definición,
naturaleza: derecho.
¿Quieres tocarme?
 
Hablamos después,
cuando yo quiera.
Ahora sí, toca.
Tócame.
 
MeoW.
 
Por Alicia García Nuñez
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