El verano de los peces muertos, Pablo Ottonello

$19.500

En la voz de Pablo Ottonello caben por lo menos tantas voces como cuentos tiene El verano de los peces muertos: un territorio al borde de sí mismo —de su propio abismo, de su fin— que simultáneamente se abre como un mapa de potencias y puentes, como si quisiera responder a la pregunta de ¿quién sabe lo que puede una voz? Puede mucho, parece. Y va a poder más: autor y editor parecen haber decidido desplegar esos indicios en este volumen. Voy a tomar, por la ubicación nomás, y por lo escueto del género contratapa, el primero y el último. En Klimowicz hay un neurólogo que comienza a describir a su amor como uno de esos viajeros naturalistas describían los pueblos del nuevo mundo que recorrían con afán de recolectar y sistematizar conocimiento. Un hombre que narra desde un marco teórico sólido hasta que su amor pierde —o encuentra— el norte, y al científico se le fisura el edificio y el relato empieza a construir una fisura como quien construye los restos de un incendio. También, pero ya sin marco biologicista, construye restos del último relato, el que le da el nombre al libro: lo que deja el boom sojero y sus plaguicidas, narrado desde el punto de vista de un cineasta que está buscando un guión y lo escribe en el marco del relato de sus extrañas vacaciones de fin de mundo. El verano de los peces muertos es el collage polifónico de una descomposición. La nuestra.

 
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