El demonio y otros escritos caucasianos, Mijaíl Lérmontov

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Lérmontov es un autor que nos llega de la mano de Pushkin; es imposible leerlos por separado. Sin embargo, Lérmontov queda un poco escondido detrás de la enormidad nacional de Pushkin, al menos, para los lectores occidentales. Esto es un error. Más de 1700 calles llevan el nombre de Lérmontov, museos, teatros, hasta una ciudad. La importancia de Lérmontov no puede pasarle desapercibida a cualquier lector serio de la literatura rusa. “Lérmontov nació no de una mujer, sino de una bala, que cayó en el corazón de Pushkin”, dirá Evtushenko ya durante la época soviética, algo que quizás puede aplicarse a todos los autores rusos. Pushkin es algo así como el sol centro del sistema planetario de la literatura rusa, y Lérmontov, en todo caso, es una luna gigante que lo orbita. Un logro para nada menor, para un poeta de apenas 26 años de edad.

El caso de Pushkin es más entendible; escribió prosa, poesía, poemas narrativos y otros más cortos. Retrató a una nación; inventó una lengua literaria.  El caso de Lérmontov es más complejo; su producción literaria se definió por la disidencia, por el exilio y por el Cáucaso, región de guerras y conflictos étnicos y religiosos. Los poemas que componen este libro, corresponden a este último período de sus publicaciones y también, censuras, quizás los mejores poemas de todos los que escribió. Lérmontov es arrestado y enviado al Cáucaso en el año 1837, a causa de su poema profundamente polémico, “La muerte de un poeta”, dedicado a Pushkin, acusando al zarismo de su muerte. No voy a decir mucho más sobre este período, y voy a dejar que lean el excelente texto que escribió Fulvio Franchi sobre Lérmontov. Sin embargo, me interesa esto último; ¿cómo puede un poeta, caracterizado por el enfrentamiento a la censura, a la represión y al ahogo, convertirse en una figura tan canónica de una literatura nacional?

Actualmente, Rusia se está construyendo en base a la creación de los enemigos, como oposición a todo lo externo; los emigrantes, Estados Unidos, la Unión Europea, Ucrania, los terroristas.  Creo que siempre se construyó de esa manera. Se trata de definir lo no ruso, nuevamente, y lo no ruso como enemigo de la patria. Lamentablemente, en esa bolsa de lo no ruso cae prácticamente todo.

Se suele decir que Pechorin, el protagonista de un héroe de nuestro tiempo, y Eugenio Oneguin, el personaje de Pushkin, son los arquetipos del ruso que se repiten y reinventan a lo largo de la literatura rusa. Sin embargo, creo que el personaje que siguió en la historia rusa y en su literatura, es otro; son los mismos poetas. Figuras incómodas, disidentes, que van y vienen del canon de diferentes formas, con censura o no. Se dividen sus obras, se dice qué leer o no, se censuran partes y se reformulan otras; pero en el fondo, lo que realmente se quiere reformular son sus vidas. El personaje canónico de la literatura rusa es el desterrado, el disidente, el exiliado, el no-ruso, y la esencia de ese personaje es lo que siempre permaneció, y permanecerá en la cultura rusa. – Nikita Gusev

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