diario de una aprendiz de señas, tania dick

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Siguiendo un impulso, una mujer se anota en un curso de Lengua de Señas. Llega al aula y se sienta sola frente al profesor. Una persona oyente frente a una persona sorda. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Y ahora? Todo es silencio. Todo es comienzo.
Parece una buena premisa para narrar, y en efecto lo es. Pero pasa de buena a perfecta si quien va a registrar el proceso de aprendizaje es Tania Dick. Tania escribe hace muchos años; sin embargo, este es su primer libro publicado. Todos sus textos tienen que ver, de las maneras más sutiles, con el cuerpo y con el espacio: con el movimiento. En este caso el movimiento es el idioma; el cuerpo va a tener que aprender sus recorridos para poder comunicar, la mente va a tener que aprender los recorridos de otro cuerpo para poder entender. “Las manos en el escritorio y mis ojos desbordados de recorridos”, dice Tania. Y después: “No decir la palabra que pienso, moverla para que gire y gire”.
Tania tiene un sentido extra: puede percibir modificaciones ínfimas. Del aire, del sonido, del cuerpo, del ánimo. Y lo que es más asombroso: puede decirlas. Encuentra las palabras para decir lo que es casi una abstracción, y encuentra la sintaxis. A veces parece que tanteara: voy a poner esta palabra acá, o mejor no, o mejor sí: “Estoy en la zona del error, como una traductora buscando lenguaje”.
¿Quién si no ella, entonces, podría relatar la morfología, la sensorialidad y la emoción de un curso de Lengua de Señas?

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