Cenizas de febrero, Amanda Mares

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Lo líquido, como la ceniza, es de escurrirse entre los dedos. Ambos elementos son, por naturaleza, libres. Sin embargo, algo de ellos queda, nos moja o mancha, y nos transforma. La poesía de Amanda Mares tiene ese efecto. Lo líquido, en sus múltiples versiones, ―lluvia, sudor, vino, o el mar con sus olas, crecientes y profundidades―, es una constante en su obra. Por su parte, las cenizas de lo que se ha quemado y evoca, se extraña o llora (otra vez lo líquido) permanecen tibias. Como el amarillo de los domingos de febrero que Mares refleja y fotografía. Cada poesía de Cenizas de febrero es una instantánea. No ya de un momento sino de una tarde entera. De un fin de semana. Un mes completo. Una estación del año. También ellas como las hojas de un almanaque pasan, caen, pero lejos de escurrirse entre las finas redes de la memoria ahí se quedan, ancladas, invitando a ser repensadas. Resistiéndose al olvido. Negándose a ser ceniza

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