caperuxita, agustina pérez

$19.000

Por Omar Genovese

Caperuxita de Agustina Perez, Club Hem, octubre 2021.

El único feroz es el lector, ladrón de oralidad, intruso condicionado por aquellos hombres que hicieron de lo simbólico bien de cambio, lastre, cadena, jaula y cámara de tortura. Pero eso no está explícito en cada oración, verso o párrafo. Existe una cadena, un cordel de gasa que une, como bastones de ciegos hacia el abismo. En el batido nutriente de esta novela corta (o filo que corta la novela en varios cuerpos), ni género ni partícula se encuentra a salvo. Salvo: Caperuxita.

Porque quien luce la caperuza cita, trafica, expulsa, mezcla, describe que hay una cocina ahí, de un hogar primigenio, el de la papilla lingual en balbuceo y llamado. Madre lengua ven a mí que soy tabula rasa, inicio del calvario con la memoria niña, memoria fémina desaforada, que se va de viaje por algún bosque de sombras. Entonces, escribir sobre ella es inscribir la veraz resonancia de otro territorio. Porque estas palabras llegaron prestadas de una región que equivocó al salir en conquista: sin seducción, la palabra es violación. Y así lo profano se opone a esa nada misma sin importar lo vacuo de su breve triunfo. ¿Acaso lo breve no se mide en siglos?

Y entonces: la llanura. Donde un Rey Felipe segundo se desviste en ser el Vacuo, el Sensible y puede el lector encontrar el propio adjetivo ínfimo. Cabe ahora destramar el hatillo de cuadernos que Agustina Perez urdió al explorar este desfalco de la lengua para perpetuar lo infantil, cómo la subvierte, da vuelta la taba y tira el guante de cortesana lóbrega. Contra el realismo del rey fantoche subido a la calesita en lo sagrado (cuántas monjas por su honor), el baobab, el envés del espejo, la amenaza siniestra antes de soñar, existe el Niño Taza, surrealista, ánimo escaldado por la posibilidad de un destino escrito. Allí el mensaje está en la botella y su deriva: el verdadero destino es de sensibilidad estética hacia el goce de leer, leerse, leernos. La capa, esa segunda piel, son las miles de páginas adormeciendo el futuro. Ahí viene el viento, el temporal para que todo salga volando. Se trata de la imaginación.

Ahora bien, niño pícaro lector: no haga trampa, es para leer con atención, suma; lo contrario es caer en propia jaula de juguete triste. Ni leer de corrido y ni correr a la lectura, menos aún a la lectora, cual fauno. Caperuxita muere y renace para el disfrute, su rojo gesto estalla en la magia del malversado; entonces otra vida es posible, sin la paranoia del peligro, sin la cruz del sacrificio. La cuna no es una tumba. Tampoco, ¿qué es eso de que la letra con sangre entra? ¿A dónde?

Caperu no es núbil salvo en su magia imaginaria. El daño es lo contrario, ir solos sin palabras frente al discurso, ya engaño de siniestro lobizón avieso. Sean rebeldes al pasar las páginas, vuelvan al punto ciego de la historia, hagan patria en la tristeza de una sortija mil veces canalla. “Hubo una vez, hubo un envés, hubo un revés. Uno, o dos. O tres. Hubo. Una adorable niña que todo el mundo pasmábase de horrísono terror al ver.”

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