Berazachussetts, Leandro Ávalos Blacha

"Berazachussetts es un relato original y cautivante que, al mismo tiempo que conecta con las más desenfadadas tendencias de la literatura actual, reclama una reflexión sobre las complejas y muchas veces absurdas relaciones entre literatura y mundo social. Con un estilo desenvuelto y corrosivo, Leandro Ávalos Blacha tritura las convenciones de género y hace coincidir los motivos más emblemáticos de la cultura chatarra de nuestros días con la geografía del conurbano bonaerense, para construir un universo ficcional particularísimo cuya mayor virtud es la felicidad con la que se impone al lector."
 
 
César Aira
Daniel Link
Alan Pauls
 
Jurado Premio Indio Rico 2007
 
Fragmento
 
Dora, Milka, Beatriz y Susana caminaban tranquilas por un sendero del bosque, cuando Dora señaló asombrada a un costado. “¿Y eso?”. Sus amigas tan poco sabían del asunto como ella. “¿Otra mujer violada?”. Milka dejó caer, de la sorpresa, la canasta con el mate y las facturas. Recostada en el piso, con la espalda apoyada en un tronco, había una mujer desnuda. “Debe de ser una puta –sugirió susurrante Dora– mírenle el pelo”. A decir verdad si se trataba de una mujer de la calle, se hallaba en plena decadencia. Aparentaba mucha más edad de la que tenía y era sumamente obesa. Llevaba el cabello corto y de un fucsia intenso. La hubiesen creído muerta de no ser por el movimiento del pecho que delataba su respiración. A su lado las cuatro amigas se sentían esbeltas y bellas. Lo que más las impresionaba era el torso desnudo, con dos tetas grandes como pelotas de básquet y numerosos rollos de grasa que caían como en una cascada. Debajo tenía una calza de lycra del color de la piel, que se le agarraba al cuerpo como una garrapata.
“¿Y qué hacemos?” preguntó Susana. Dora respondió extrayendo su cámara de fotos del bolso para tomarle algunas a la mujer. Vivía interrumpiendo el curso de la vida con su frase “esperen que sacamos una foto”. No se despegaba un segundo de su cámara automática, con la que llegaba a disparar hasta 20 veces por día, aunque rara vez las revelara luego. Quería simplemente retener todos los instantes que pasaba con sus amigas, tanto si se trataban de momentos especiales e imprevistos –como visitar un centro turístico o cruzarse con alguien famoso–, como de una merienda común y corriente. Tenía cientos de rollos acumulados en las vitrinas. Cada uno en su pequeño envase cilíndrico transparente, con 36 recuerdos dentro. No conocía las cámara digitales. Era la más cholula; soñaba con conocer celebridades e iba a cuanto móvil de televisión se realizara. A estos siempre la acompañaba una cartulina con el nombre de la ciudad, Berazachussetts, que Dora levantaba con esmero mientras duraba el programa. La mujer se sentía gratificada, quizás famosa, cuando el conductor la nombraba al aire.
Beatriz intentó resolver la situación de un modo ordenado: “¡Nos vamos ya mismo y avisamos a la policía!”. Susana insistía en que no estaba bien dejar a la mujer en ese estado y que debían responsabilizarse de ella. A Dora le molestaban esas excesivas muestras de solidaridad de Susana, que no creía del todo honestas. Se la pasaba hablando de ayudar al prójimo y si veía mujeres solas quería integrarlas al grupo de amigas. Parecía no tener en cuenta que sumando a otra mujer en sus reuniones serían un número impar para sus torneos de cartas y tejo. Cuatro era el número indicado. En esta ocasión, sin embargo, ayudar a aquella deformidad humana le prometía un número altísimo de fotografías, por lo cual coincidió con Susana.
 
 
Autor
 
Leandro Ávalos Blacha nació en Quilmes,
provincia de Buenos Aires, en 1980.
Publicó Serialismo (Premio Nueva Narrativa
Sudaca Border, Eloísa Cartonera, 2005).
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