Amarino, Gilda Di Crosta

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Anotados mínimamente, y siempre en la búsqueda de la lengua suficiente -justa, medida, concentrada, precisa- los poemas de Amarino nos sitúan de lleno en el lenguaje; nos hacen oír los acentos y los hilos de una vida en las palabras, los modos imperiosos y vanos de las métricas perdidas, los límites tenues entre las cosas, las imágenes y -la mayoría de las veces- los recuerdos.
Si nos presentan un interior de pequeñas fábulas, aun si concentradas y plegadas hacia adentro (en lucha constante contra el desborde) es para abrir -al mismo tiempo- mundos de ramificada e íntima belleza, los que sólo pueden decirse con una palabra inventada y nunca domesticada.
De allí el adjetivo “amarino” de Di Crosta, que en su dar la vuelta y aparecer, abandonado y convertido casi en un fantasma, nos propone un conjunto de notable delicadeza. ¿Un libro amarino de poemas?, ¿en qué consistiría el mismo? Tal vez en este juego de abrir y cerrar las palabras ligeritas, caprichosas pero nunca livianas.
Amarino: tal vez amado, amoroso, ámbar y amargo a un mismo tiempo.

Marcela Zanin

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